Entre el lenguaje del discurso físico neurobiológico y el discurso de la más simple experiencia mental hay un salto inconmensurable por sofisticado que sea el primero. Hay autores que evaden el problema y escriben como si no existiera; pero entre una experiencia mental subjetiva como ver el color rojo y la explicación perceptiva en términos físicos y neurológicos hay un abismo.
Este salto no encuentra analogías en el mundo físico. Analogías como las moléculas y la humedad no nos sirven porque la energía nos brinda un elemento en común. La única analogía que puede prestarnos una ligera ayuda procede de la complementariedad de la mecánica cuántica.
Las descripciones en términos de ondas y corpúsculos también parecen inconmensurables entre sí. Sin embargo, no sólo resulta que las entidades cuánticas manifiestan ambos conjuntos de propiedades, sino que además sabemos (a pesar de las afirmaciones que a menudo se encuentran en los escritos filosóficos sobre el tema) cómo resolver esa aparente paradoja. La pista nos la ofrece la teoría cuántica de campos ideada por Paul Dirac. Puesto que es una entidad extensa, el campo posee características propias de las ondas. Cuando es cuantizado, resulta posible contarlo según unidades discretas, algo característico de la mecánica cuántica. Por ejemplo, su energía se transmite en paquetes, números enteros de cuantos de diversas clases, que exhiben precisamente características propias de las partículas. Un examen detenido revela dónde se esconde el truco. Debido al principio de superposición, un campo cuántico puede poseer estados que son mezcla de estados correspondientes a un número definido de partículas (desde luego, esto sería imposible en la física clásica; en el mundo newtoniano sólo puede estar presente un número “n” exacto de partículas, ni una más ni una menos, partículas que además son individualizables). Son estos estados correspondientes a un número indefinido de partículas los que manifiestan características propias de las ondas (dicho técnicamente poseen fases definidas). En otras palabras, es la indefinición cuántica ("borrosidad") la que permite la coincidencia de los opuestos representados por la dualidad onda/corpúsculo.
Si de esta fábula pudiera extraerse alguna moraleja, ésta sería la invitación a confiar en que, siempre y cuando se incorporara también un cierto grado de indefinición intrínseca, el monismo de doble aspecto podría resultar plausible en cuanto a teoría de mente/materia.
Por supuesto, dado el actual estado de conocimientos, esto no es más que una suposición basada en una analogía: no nos es dado imaginar los detalles de una teoría de estas características. Pero, como en el debate acerca de la conciencia a lo más que se puede aspirar es a sugerir hipótesis, este tipo de especulaciones ha recibido cierta atención.
Algunos autores, valiéndose de estrategias distintas según los casos, suponen que podría ser la propia teoría cuántica la que facilitara la indefinición que están buscando. Un problema en este sentido es que los efectos cuánticos operan normalmente a escala subatómica o incluso menor, mientras que el cerebro parece ser un sistema macroscópico integrado y de enorme complejidad. En consecuencia, algunos de estos autores han intentado identificar los subsistemas microscópicos (suficientemente pequeños como para ser susceptibles a efectos cuánticos) que , según ellos, desempeñan un papel significativo en los procesos neuronales (viene a la memoria la precipitada especulación de Descartes que situaba la sede del alma en la glándula pineal). Un ejemplo de esta clase de conjetura es la creencia de Penrose de que las pequeñas estructuras intercelulares llamadas "microtúbulos" tienen gran importancia en la generación de la mente ( se podría señalar, de paso, que algunos dualistas contemporáneos como sir John Eccles, hacen sugerencias similares en relación con lo que ellos creen ser la interfaz (el cerebro puente) a través del cual la mente actúa en la materia cerebral).
Una alternativa a la estrategia microscópica consiste en suponer que la mente se halla vinculada de algún modo al estado cuántico del cerebro considerado como un todo. Es ésta una noción no exenta de dificultades, pues se diría que , por ejemplo, el córtex en su conjunto más bien parece ser una entidad clásica. La trepanación del córtex, tal y como se ha puesto de manifiesto la observación continua de pacientes a los que ha sido realizada, no parece inhibir ni afectar de ninguna manera la actividad mental.
Otra posibilidad es atribuirle a la definición macrocópica un papel a esta historia. Ello requeriría una interpretación ontológica de la teoría del caos (...) Las nociones de causalidad ejercida por medio de la transmisión activa de información "de arriba abajo", por otra, tienen algo que evoca la relación de complementariedad entre lo material y lo mental. Quizá puedan arrojar una tenue luz sobre cómo se hallan relacionados entre sí mente y cerebro. No obstante, y a pesar de que es la conciencia la que nos facilita la base de nuestro conocimiento y experiencia, está claro que hoy nos encontramos todavía muy lejos de poder resolver nuestras dudas acerca de su origen como de su naturaleza.
Roger Penrose en una entrevista señaló "La conciencia parece ser un fenómeno tan diferente de otros fenómenos perceptibles en el mundo físico que debe de ser algo muy especial. En cuanto a su organización física, puedo discernir con claridad que se trata de las ideas tradicionales de la Física organizadas en sistemas más complejos. Pero tiene que haber algo más, algo cuya naturaleza sea completamente diferente de las otras cosas que son importantes en la forma en la que funciona el mundo. Algo que aunque se use sólo ocasionalmente, tenga una organización tan refinada que se aproveche de la reducción de estados y la canalice con el objetivo de hacernos funcionar, pero que muy raramente se aproveche en los fenómenos físicos de manera útil."
Este salto no encuentra analogías en el mundo físico. Analogías como las moléculas y la humedad no nos sirven porque la energía nos brinda un elemento en común. La única analogía que puede prestarnos una ligera ayuda procede de la complementariedad de la mecánica cuántica.
Las descripciones en términos de ondas y corpúsculos también parecen inconmensurables entre sí. Sin embargo, no sólo resulta que las entidades cuánticas manifiestan ambos conjuntos de propiedades, sino que además sabemos (a pesar de las afirmaciones que a menudo se encuentran en los escritos filosóficos sobre el tema) cómo resolver esa aparente paradoja. La pista nos la ofrece la teoría cuántica de campos ideada por Paul Dirac. Puesto que es una entidad extensa, el campo posee características propias de las ondas. Cuando es cuantizado, resulta posible contarlo según unidades discretas, algo característico de la mecánica cuántica. Por ejemplo, su energía se transmite en paquetes, números enteros de cuantos de diversas clases, que exhiben precisamente características propias de las partículas. Un examen detenido revela dónde se esconde el truco. Debido al principio de superposición, un campo cuántico puede poseer estados que son mezcla de estados correspondientes a un número definido de partículas (desde luego, esto sería imposible en la física clásica; en el mundo newtoniano sólo puede estar presente un número “n” exacto de partículas, ni una más ni una menos, partículas que además son individualizables). Son estos estados correspondientes a un número indefinido de partículas los que manifiestan características propias de las ondas (dicho técnicamente poseen fases definidas). En otras palabras, es la indefinición cuántica ("borrosidad") la que permite la coincidencia de los opuestos representados por la dualidad onda/corpúsculo.
Si de esta fábula pudiera extraerse alguna moraleja, ésta sería la invitación a confiar en que, siempre y cuando se incorporara también un cierto grado de indefinición intrínseca, el monismo de doble aspecto podría resultar plausible en cuanto a teoría de mente/materia.
Por supuesto, dado el actual estado de conocimientos, esto no es más que una suposición basada en una analogía: no nos es dado imaginar los detalles de una teoría de estas características. Pero, como en el debate acerca de la conciencia a lo más que se puede aspirar es a sugerir hipótesis, este tipo de especulaciones ha recibido cierta atención.
Algunos autores, valiéndose de estrategias distintas según los casos, suponen que podría ser la propia teoría cuántica la que facilitara la indefinición que están buscando. Un problema en este sentido es que los efectos cuánticos operan normalmente a escala subatómica o incluso menor, mientras que el cerebro parece ser un sistema macroscópico integrado y de enorme complejidad. En consecuencia, algunos de estos autores han intentado identificar los subsistemas microscópicos (suficientemente pequeños como para ser susceptibles a efectos cuánticos) que , según ellos, desempeñan un papel significativo en los procesos neuronales (viene a la memoria la precipitada especulación de Descartes que situaba la sede del alma en la glándula pineal). Un ejemplo de esta clase de conjetura es la creencia de Penrose de que las pequeñas estructuras intercelulares llamadas "microtúbulos" tienen gran importancia en la generación de la mente ( se podría señalar, de paso, que algunos dualistas contemporáneos como sir John Eccles, hacen sugerencias similares en relación con lo que ellos creen ser la interfaz (el cerebro puente) a través del cual la mente actúa en la materia cerebral).
Una alternativa a la estrategia microscópica consiste en suponer que la mente se halla vinculada de algún modo al estado cuántico del cerebro considerado como un todo. Es ésta una noción no exenta de dificultades, pues se diría que , por ejemplo, el córtex en su conjunto más bien parece ser una entidad clásica. La trepanación del córtex, tal y como se ha puesto de manifiesto la observación continua de pacientes a los que ha sido realizada, no parece inhibir ni afectar de ninguna manera la actividad mental.
Otra posibilidad es atribuirle a la definición macrocópica un papel a esta historia. Ello requeriría una interpretación ontológica de la teoría del caos (...) Las nociones de causalidad ejercida por medio de la transmisión activa de información "de arriba abajo", por otra, tienen algo que evoca la relación de complementariedad entre lo material y lo mental. Quizá puedan arrojar una tenue luz sobre cómo se hallan relacionados entre sí mente y cerebro. No obstante, y a pesar de que es la conciencia la que nos facilita la base de nuestro conocimiento y experiencia, está claro que hoy nos encontramos todavía muy lejos de poder resolver nuestras dudas acerca de su origen como de su naturaleza.
Roger Penrose en una entrevista señaló "La conciencia parece ser un fenómeno tan diferente de otros fenómenos perceptibles en el mundo físico que debe de ser algo muy especial. En cuanto a su organización física, puedo discernir con claridad que se trata de las ideas tradicionales de la Física organizadas en sistemas más complejos. Pero tiene que haber algo más, algo cuya naturaleza sea completamente diferente de las otras cosas que son importantes en la forma en la que funciona el mundo. Algo que aunque se use sólo ocasionalmente, tenga una organización tan refinada que se aproveche de la reducción de estados y la canalice con el objetivo de hacernos funcionar, pero que muy raramente se aproveche en los fenómenos físicos de manera útil."
1 comentario:
interesante tu blog.
Es como una botella con un mensaje dentro, lanzada al mar.
Me acuso de haberlo recivido accidentalmente... no creendo en los accidentes.
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